Como es bien sabido, el derecho penal es como
una tela de araña: atrapa a los mosquitos y deja pasar a los elefantes.
Algunos grandes elefantes, cuando pasan por la Audiencia Nacional ven cómo se les
archiva la causa abierta, tal y como le pasó al presidente del Santander,
Emilio Botín, y a varios miembros de su familia, por presuntos delitos contra
la Hacienda Pública y falsedad documental, en el caso de las cuentas del HSBC
en Suiza, patria querida.
La patria de todos debería tratar al compatriota con total
igualdad, bien sea un feliz multimillonario o un pobre desgraciado. Uno de esos
pobres desgraciados, casi un niño de mi pueblo, por robar una tontería: mil
pesetas, le metieron en la cárcel de Huelva; yo le vi un día que fuimos el
equipo de futbito del Huelva Información a jugar con los internos. Allí vino
él, me pidió unas pesetillas pa ir tirando y no volví a verlo, fue de cárcel en
cárcel hasta la de Zaragoza, donde le mataron los compañeros quién sabe por
qué.
Siempre la misma pregunta: ¿Por qué siempre el peso de la ley
cae inmisericorde sobre los pobres mosquitos, y los grandes elefantes blancos
(de guante blanco, se entiende) son intocables, aunque hayan robado con el toco
mocho de las preferentes de Bankia, de la corrupción financiera, empresarial o
política?
La cosa del derecho penal
no tiene desperdicios. El magistrado que meta mano a un bicho de esos de trompa
en ristre y galgo corredor… va listo: le pasan a la reserva inactiva, aplicándole el artículo tropecientos
veintitrés, barra libre del Código Penal.
Justicia, tienes nombre de mujer (u hombre) fatal.