23 enero 2010

Retrato robot

A veces se pinta, a veces se escribe un retrato robot como el presente. Y así es cuando se descubre, en un momento dado, que el rostro impenetrable del tonto (o tonta) del pueblo no era quien todos creíamos sino alguien aparentemente normalizado.
Se dice que pocos animales más temibles como una persona empeñada en comunicar sus ideas y proyectos pero que, en el primer envite, se descuajaringa al carecer su boquita de piñón de recursos propios que comunicar.
Frentes amplias que esconden ideas cosidas con alfileres, proyectos que pasan por creer que el golpe de suerte que les aupase en un momento dado, es un don divino concedido a una cara pretendidamente bonita.
Pero la inaguantable frivolidad del ser aquí abocetado (no abofeteado, que eso está muy, pero que muy feo) jamás se rinde; sigue en sus trece, haciendo como que hay algo más que nada tras una mirada pretendidamente inteligente, imposible de escamotear a la pincelada de cualquier pintor que pinte -o escriba- por amor. Este cuadro es de 80 x 60 cm. y está pintado al óleo sobre lienzo montado en tabla, con el rostro de don Francisco de Goya, tan alejado de retrato robot que hemos descrito.