22 enero 2010

Destrucción masiva

El humor en los años del sida. Una gracieta en el velatorio colectivo del tanatorio infame. La tragicómica busca y captura de un payaso reconvertido en terrorista. Algo conmovedor y grotesco; ridículo más que dramático. La vida sigue, mientras los niños ríen al salir del cole y los profes suspiran aliviados por quitárselos de encima. La ciudad se agita en hora punta, interpretando un rocambolesco juego de muerte o paraplégia. Motos y motoristas; borrachines y locos de atar al volante de artefactos de destrucción -ahora sí- masiva.
Y un ciudadano normal que cuenta chistes hilarantes sobre la capacidad o incapacidad mental del presidente universal recién e infelizmente entronizado.
Conmovedor fin de un telediario satírico, bufo y descaradamente neurasténico.
Todo esto flota en el aire mientras pinto este cuadro de gran formato (162 x 130 centímetros) al óleo sobre lienzo: cielo tormentoso, ciudad amarilla como cierta prensa, franja roja que siempre mantiene la llama, autopistas que serpentean a la entrada de la gran ciudad: Barcelona, donde tanto aprendí y gocé durante aquellos cuatro años de mi juventud.